El congestionamiento vehicular, es un malestar cotidiano en las ciudades modernas, rara vez se analiza a profundidad más allá de la insuficiencia de infraestructura o el aumento del parque automotor. Sin embargo, la raíz de este problema se hunde profundamente en la planificación y distribución del uso de suelo, particularmente en la segregación entre zonas residenciales y áreas comerciales. El tráfico intenso y persistente es una consecuencia directa de la distribución disfuncional del suelo urbano, donde la separación artificial entre viviendas y centros de actividad económica genera una dependencia obligatoria del transporte motorizado para satisfacer las necesidades básicas de la población.
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Históricamente, el crecimiento urbano ha tendido a la especialización funcional de sus espacios. Las zonas residenciales se han expandido en la periferia, buscando terrenos más económicos y una atmósfera presumiblemente más tranquila. Paralelamente, los centros comerciales, las oficinas y las áreas industriales se han concentrado en polos específicos, impulsados por economías de escala y la necesidad de accesibilidad para un público amplio. Si bien esta zonificación puede parecer eficiente en un primer vistazo, ignora las implicaciones significativas en la movilidad de los ciudadanos.
La consecuencia más evidente de esta segregación es la creación de flujos masivos de personas que se desplazan diariamente entre sus hogares y sus lugares de trabajo, estudio o consumo. Estas migraciones pendulares, concentradas en horas pico, sobrecargan las vías existentes, generando cuellos de botella y ralentizando significativamente los traslados. La falta de opciones de transporte público eficientes que conecten de manera adecuada estas zonas dispersas agrava aún más la situación, obligando a un mayor número de individuos a recurrir al vehículo particular.
Es crucial reconocer que esta problemática no es una fatalidad inherente al crecimiento urbano, sino una consecuencia evitable de decisiones de planificación. Un modelo de desarrollo urbano más integrado, que promueva la proximidad entre viviendas, comercios, servicios y oportunidades de empleo, podría mitigar significativamente la necesidad de largos desplazamientos. La creación de barrios de uso mixto, donde las personas puedan vivir, trabajar y acceder a servicios básicos a poca distancia, fomentaría el uso de modos de transporte activos como caminar y andar en bicicleta, además de hacer más viable y eficiente el transporte público.
El tráfico que asola nuestras ciudades no es simplemente un problema de demasiados coches en las calles. Es un síntoma de una planificación urbana que ha priorizado la segregación funcional del suelo, generando una dependencia insostenible del transporte motorizado. Es imperativo repensar la distribución del uso de suelo, promoviendo la integración y la proximidad como principios fundamentales de la planificación urbana del futuro. Solo así podremos desatar el nudo vial que estrangula la vitalidad de nuestra comunidad.
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